'Tal
y como los individuos manifiestan su vida, así son'. (Karl Marx).
Solo a través de sus productos podemos vislumbrar o adivinar cómo son quienes los producen. Tal es también la forma del método crítico
y la razón de la famosa diferencia entre 'esencia' y 'apariencia',
viejos conceptos que sobreviven con dificultad entre las ruinas de la
modernidad. Pero si esto es cierto, si tal y como los individuos
manifiestan su vida, así son, entonces es del máximo interés
estudiar estos productos, pues ellos nos dirán algo acerca de la
esencia de sus productores. Los seres humanos producen su vida, y con
ello, los medios para esa vida y las representaciones conscientes de la
misma; por lo tanto, el estudio de estas expresiones debe decirnos
algo también acerca de las relaciones sociales que las producen y
del mundo que constituyen; que estas expresiones ideológicas traten
de lo que Marx llama 'falsa conciencia' y los marxistas en general
'ideología', esto no es relevante para el estudio de las mismas: si
así fuera, la crítica no sería necesaria. Pero si existe un
proyecto emancipatorio, si la crítica es su condición más propia y
su núcleo legítimo, es porque la 'falsa conciencia' (y su estudio)
es un elemento vertebrador esencial al mundo tal y como nos es dado,
y a su proyecto emancipador. Este elemento es la expresión de la
existencia de una sociedad basada en clases y en la tensión
irresuelta entre sociedad civil y estado, trabajo intelectual y
trabajo manual y la división del trabajo en general, entre individuo
y comunidad. Ignorar esta expresión sería entonces como ignorar la
existencia real, el mundo dado tal y como lo percibimos en la
experiencia actual e inmediata, lo vemos y participamos en él.
A
la tarea de estudiar (y criticar) lo que Marx llama 'falsa
conciencia' dedican él y Engels setecientas páginas. Parece una
tarea no menor. Uno puede preguntarse por qué tanta insistencia en
encararse con aquellos jóvenes hegelianos. Parecería razonable
continuar con un programa o proyecto propio, en lugar de perder
tiempo en criticar lo que por otra parte, en palabras de Marx, es
pueril, idiota o constituye una simple mixtificación. Y sin embargo,
esta crítica, más allá de las pasiones, los insultos, los agravios
o las descalificaciones intelectuales, ocupa buena parte del tiempo
de Marx y Engels. Como dice Kolakowski, era necesario para ellos
escribir estas setecientas páginas para 'aclararse a sí mismos'. La
crítica no sucede en el aire; la crítica bebe y brota del mismo
cuerpo del objeto que critica, de manera dialéctica. Solo con el
combate cuerpo a cuerpo puede emerger la crítica superadora.
Pero
no se trata solo de 'ajustar cuentas' con lo viejo; la crítica de
Marx y Engels al neohegelianismo encierra un problema más
importante, a saber: la íntima relación entre la lucha por
transformar lo existente y lo existente mismo y sus manifestaciones
ideológicas. Las consecuencias de esto para el intelectual crítico
son evidentes. Si a algo se le puede llamar 'pensamiento dialéctico',
es precisamente a
esto: a ese nudo o tensión que liga toda crítica emancipatoria a su
objeto verdaderamente existente.
Esta
es la razón por la que un intelectual crítico no puede
desentenderse de responder incluso a aquello que le parezca espúreo,
abominable o una pérdida de tiempo; mucho menos si eso espúreo es
hegemónico. Alguien puede pensar que, p ej, todo el pensamiento
crítico después de 1920 es esencialmente la expresión de una
coyuntura histórica específica y sus efectos: la derrota de la
clase trabajadora. Desde este punto de vista aparentemente
materialista, se entienden el derrotismo de Adorno y Horkheimer, la
deriva teológica de Walter Benjamin, la filosofía de la esperanza
de Bloch, el concepto de hegemonía de Gramsci o la sustitución de
la política por la estética en el marxismo occidental y su
persistencia en la comprensión de las 'superestructuras', en
oposición al análisis socioeconómico: todos estos desarrollos
surgen en efecto como consecuencias del fracaso de la revolución
obrera en los países capitalistas de Occidente; todos tienen en
común una melancolía que el propio Gramsci definiría como
'pesimismo de la inteligencia'; un abandono de la confianza de las
leyes materiales de la historia y su sustitución por una filosofía
de la voluntad. Como en una especie de anomalía de las leyes de la
historia engelsianas, sobreviene el aplastamiento del sujeto
emancipador y al mismo tiempo un fenómeno anómalo e imprevisible
como la Revolución de Octubre, que marcaría también la
redefinición de la estrategia política en un pensador como Gramsci.
Podemos
imaginarnos a este materialista histórico, que percibe y entiende la
teoría política subsiguiente a la derrota como una mera expresión
de esta, en su renuncia a considerar digno de análisis el estudio de
estos despojos intelectuales arrebatados a un fracaso histórico. Y
es que, en efecto, la teoría política de Gramsci en adelante es
expresión teórica o ideológica de una derrota y/o- en otros casos-
expresión de un proyecto fracasado; entre tanto, la clase obrera no
aparece por ningún lado, sino es mutada en movimientos más globales
como el altermundismo o la antiglobalización, o en figuras teóricas
hurtadas al materialismo del XVII sin base empírica y real, o en constructos hipotéticos que retoman a la vieja y supuestamente superada filosofía: pensemos
en la Multitud de Negri y Hardt. Pero es que esa es la situación
con la que ha de enfrentarse la crítica, la situación de la que
debe partir y la situación de la que es- dialécticamente entendida-
hija legítima. Es decir, no es posible- ni
es crítico, ni responde a un análisis materialista- obviar que
nuestra situación existente es ésa y que por tanto nuestro análisis
no puede aniquilar cien años de historia y pensamiento crítico,
para colocarse por encima o por debajo del devenir histórico.
La
Bestia Negra con la que tenemos que enfrentarnos, a la que tenemos
que dar la batalla, no es por tanto la situación pre-derrotista en
la que aún no existiera el fracaso de la clase obrera- no podemos volver
a discutir con Bernstein y con Kautsky (!)-, como si tal
fracaso no hubiera existido o se
pudiera volver mágicamente al estado anterior- o como si los
instrumentos del análisis pudieran permanecer inalterados por esos
cien años de derrota; es precisamente a causa de esa
derrota que no podemos sino discutir con los herederos de esa
derrota; como Marx y Engels
hacen con Bauer y Stirner, es en la situación existente y por tanto
con sus expresiones ideológicas existentes, que se afianza y se
fortalece la crítica; es más, solo en la relación de la crítica
con esa falsa conciencia puede emerger su movimiento de superación,
pues solo en la confrontación viva con lo existente pueden
vislumbrarse las alternativas reales de la praxis, toda vez que las
expresiones ideológicas de las relaciones sociales existentes nos
informan, tanto en las formas de la falsa conciencia como en las
expresiones ideológicas de una clase particular, de las preguntas
que debemos contestar, entendiendo, con Marx, que los hombres solo se
plantean aquellas cuestiones que pueden responder.
¿Podemos
dar una respuesta actual a la debacle de 1914? Evidentemente no. Por
tanto, nuestra tarea es dialogar de forma crítica con aquellos que,
a un lado de la barricada y al otro, y todos juntos, expresan con sus
pensamientos la conciencia- ajustada o no- de su situación real
existente. Se ve entonces que un análisis materialista que no
conciba su pertenencia real a un mundo concreto- con su doble
estructura de relaciones sociales y expresión de esas relaciones en
la teoría- no puede sino traicionarse a sí mismo; es lo que vemos
en todas las organizaciones existentes de la izquierda política, y
que se manifiesta especialmente en el catecismo de la teoría, el
folklore y su incapacidad de proyectar un programa político que de
respuesta a las preguntas cuya respuesta hay que conquistar. No nos
sirve la nostalgia, no nos sirve la constatación de los fracasos.
Nuestro punto de partida no puede ser solo la conciencia de la
derrota, sino el instante presente y los retos que nos lanza; para
ello hemos de enfrentarnos con la totalidad que forma, no rehuyendo
su miseria intelectual, sino formándonos dialécticamente en ella:
esto es, con ella y contra
ella, a fin de desbrozar, a través de la confrontación crítica, el
camino hacia lo nuevo.