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miércoles, septiembre 28, 2011

Dos críticas al 15m y dos respuestas posibles


Quizás a estas alturas ya se haya disipado aquella persistente crítica que se ha escuchado a menudo y que nos hablaba de que movimientos como el 15m están constituidos fundamentalmente por las necesidades ociosas del burgués y la nostalgia elitista por una vida que orbitaba en torno al consumo y al capricho. Esta clase media ociosa se encuentra hoy en día al filo del abismo a causa de la ausencia de política- o la conversión de la política en siervo del mercado- y cada día lo experimentamos en propia carne con la llegada de los recortes sociales en aquello que es más importante para los ciudadanos.

Pero por otra parte nada más pertinente que esta movilización de las conciencias que se ha producido en el seno de la clase media. “En el peligro crece lo que salva”, decía Hoelderlin, y si esto es verdad, ahora es un buen momento para que esa supuesta clase media satisfecha de sí misma e inconsciente retome la cuestión de su propia identidad y su puesto en el devenir histórico- si es que no hemos penetrado ya el desierto atemporal del capitalismo internacional-. En medio de un tejido multipolar, atravesado ya el umbral del siglo XX, en una sociedad multiracial y multicultural, surge la pregunta de la unión posible de aquellos que no son los jerarcas de la sociedad y que no disponen del capital para eludir los estragos de la crisis.

La otra crítica se centraba en la ausencia de ideología de movimientos críticos como el 15m que se quieren apolíticos, asindicales y apartidistas. La ideología es el motor del cambio, pero contrariamente a lo que opinan muchos, la ideología no es un catecismo que haya que aprender desde niño y que esté dictado desde tiempos inmemoriables por profetas de origen divino. En otras palabras, la ideología no es algo inmutable que explica la realidad, pues, si es verdad que queremos hacer justicia a Marx, la comprensión de lo real no puede separarse de las condiciones concretas que producen todas las estructuras de la realidad en sus múltiples dimensiones. Esas condiciones no son las de la Inglaterra del siglo XIX, si no las de una sociedad que ha conocido la decadencia de las ideologías y el advenimiento de un desierto en lo relativo a valores, horizontes de vida y esperanzas metafísicas.

Así pues, la crítica al carácter burgués del 15m debe ajustarse a las condiciones materiales de existencia en las cuales se desarrolla el actual capitalismo, que se propulsa hacia un internacionalismo del capital desde el seno de la sociedad del bienestar. Mas también con ello se ilumina un aspecto interesante que valdría como réplica a esta crítica. Y es que si algo nos está demostrando el devenir de la política y la economía en estos últimos años, es que alcanzar un estado del bienestar relativamente estable es precisamente una inestabilidad que requiere el continuo esfuerzo y el control permanente. En efecto, la crisis nos demuestra la fragilidad de las democracias representativas y la necesidad de establecer para nosotros mismos, como sujetos y ciudadanos de esas democracias, un horizonte de perspectivas firmes en el que tanto la ideología como la crítica sean herramientas eficientes y permanentes que exijan un control continuo de nuestras instituciones. Desde esa perspectiva, la crítica del sujeto ocioso de la clase burguesa es tan necesaria como la del proletario, puesto que la pasividad política conduce al deterioro de un estado de bienestar social francamente frágil.

En cuanto a la crítica de la ideología, ya hemos apuntado el núcleo de la respuesta. La ideología no es algo estático e inalienable en el tiempo. Con respeto hacia aquellos que han dejado su vida en el camino para que hoy tengamos una serie de derechos imprescindibles y justos, más allá de la injusticia necesaria que representa la historia, la ideología ha de ser algo ajustado a la realidad y no edificado sobre el pasado o sobre estructuras inexistentes. Esto, por supuesto, no implica pensar que, por ejemplo, el anarquismo sindical no sea válido hoy en día. Todo lo contrario, lo es más que nunca. Lo que quiero señalar es que no se puede exigir a un ciudadano de clase media aquel nivel de compromiso que caracterizó a los revolucionarios libertarios de la guerra civil, por ejemplo. Pero si es verdad que día a día el capitalismo internacional va ocupando puestos de libertad más anchos sobre nuestras vidas, si es verdad que la emancipación del hombre está cada día más lejos, la ideología ocupará también poco a poco más importancia. La ideología es, en fin, contemporánea de las condiciones concretas en que se desarrolla la historia humana, y no un decálogo ancestral sobre el que ejecutar de forma estática las leyes que los profetas del pasado impusieron por designio divino. Ello sin menosprecio del hecho fundamental, a saber: que la ideología es producto de las circunstancias concretas y no al contrario.

La clase media tiene derecho a protestar si no quiere ver empobrecida su vida en las parcelas más fundamentales. Por otra parte, la ideología tendrá su lugar cuando la coyuntura histórica lo permita. El horizonte ideológico forma la base de las acciones en el presente, pero toma su forma definitiva bajo la coyuntura adecuada. Bajo estas dos perspectivas, planteo la posibilidad de responder a algunas de las críticas habituales que he escuchado sobre el movimiento del 15m y de los indignados en general.

lunes, septiembre 19, 2011

Apología del pensamiento utópico.

No deja de ser sorprendente el profundo prejuicio que existe en nuestra sociedad contra aquellos que tienen esperanzas en la realidad de un mundo distinto del que nos corresponde. El desprecio del pensamiento utópico ha venido a añadirse como un sentimiento de justicia moral, en el sentido de que ser utópico ya no es solo despreciable sino que además es algo indigno, casi inmoral. Al utópico se le mira con desconfianza, y lo primero que se le reprocha es su irresponsabilidad ante la apreciación correcta de la realidad que le rodea.

Y es que también la realidad se ha vendido en nuestro mundo como objeto prefabricado. Más allá de las razones del utópico, el concepto de realidad aceptado en nuestra sociedad es el de una estructura impersonal, metafísica, más allá de todo control y responsabilidad individual, que nos subyuga como piezas de un entramado absurdo en el que no solo no debemos preguntar por su legitimidad, sino que además estamps obligados a sentir la emoción de la culpa cuando caemos en ese pecado imperdonable. Olvidamos de este modo que nuestro mundo es un mundo humano, forjado por la acción del ser humano y no por los designios inexcrutables de los dioses. Y con este olvido no nos diferenciamos mucho de los antiguos con su creencia en la moira y en la imposibilidad de dominar nuestras propias existencias. Lejos estamos del hombre renacentista o ilustrado con su fe en la voluntad humana y en su papel central como dominador de la naturaleza.

La apelación al pensamiento utópico se convierte de este modo en algo no muy distinto a una actitud de desafío inmoral sobre lo que los dioses- en este caso representados por mercados, estados y corporaciones- han elegido para nosotros. Rebelarse contra lo dado es un síntoma de inmadurez o de profunda inmundicia moral. El utópico es expulsado de los debates y se le margina desde el instante en que tiene fe en la potencia de la voluntad humana. ¿No es esto paradójico? Aquel que cree en la capacidad creativa del género humano, aquel que cree en un modo más justo de distribución social de la riqueza, o aquel que cree que no todo está perdido con los hombres, es arrojado al silencio más absoluto. Creo, sin embargo, que hay dos razones fundamentales para apostar por un pensamiento utópico, mucho más allá de la confianza o desconfianza que tengamos en la capacidad del género humano por lograr la emancipación.

El primero tiene bases metafísicas, y se basa en apostar por la apertura fundamental del mundo. En nuestra ayuda viene Ernst Bloch y el principio metafísico que concibe el mundo como el laboratorio de la salvación, como un ensayo continuo y abierto en el que aún no hay nada decidido. La contingencia de la historia de los pueblos y civilizaciones, la imposibilidad de determinar científicamente el destino de los pueblos y consideraciones por el estilo nos hablan de la estructura moldeable, flexible, abierta, del mundo de los hombres. Nada hay determinado de antemano: esta es una razón suficiente para luchar y no perder la confianza en la existencia potencial de distintos mundos posibles.

El segundo es moral, y en realidad es el más importante. Más allá de razones y certezas, debería existir en nosotros un profundo impulso por no permitir que un yugo insoportable nos esclavice más allá de nuestras fuerzas. Más allá de razones y certezas, debería existir en nosotros la voluntad creativa por transformar activamente nuestro mundo al margen de las imposiciones de instituciones y estados sobre nuestros cuerpos. Esta voluntad de transformación no es solo política. Se evidencia en todas las facetas de nuestra vida humana, desde nuestra alimentación hasta la forma de organizar nuestro trabajo pasando por la gestión del ocio. La voluntad creativa es una de las cosas más ricas que posee el género humano. Esta voluntad pasa por aceptar el dogma sisífeo que rechaza la posibilidad de un horizonte real de expectativas. Va más allá y se ejercita en esta creatividad independientemente de su éxito. Porque el éxito es ya el trabajo. El éxito se encuentra en el propio proceso mediante el cual el individuo no se somete a coerciones sociales, psicológicas o divinas, o lucha por minimizar este sometimiento. La lucha por la emancipación no depende de las perspectivas de su propio éxito, para una moral sisífea o tantálica que encuentra en su propio trabajo el criterio de su satisfacción.

Nada es vano cuando el éxito es independiente de nuestro trabajo. Tener esa voluntad creativa por producir formas nuevas en todos los aspectos de la vida, con independencia del yugo mortífero de las instituciones y reglas impuestas sobre nuestras mentes y cuerpos, es el criterio de toda ética utópica o pensamiento utópico. Cuando las razones filosóficas y la voluntad creativa confluyen en un mismo criterio, entonces tenemos el orgullo de ser hombres utópicos. La aceptación de lo dado es la aceptación de la muerte en vida. Y mientras exista una pìedra que subir, o un estado represor contra el que luchar, el pensamiento utópico será el eje indispensable para todo logro fructífero.

sábado, septiembre 03, 2011

El 15m como bisagra: el paso definitivo.


Se dice que el ciudadano español comienza a despertar de su sueño. En algunas pancartas, hemos leído que ya hemos despertado. Y es que es verdad: hemos despertado de un sueño que nunca tuvimos que tener. Este sueño incluía el propósito de medrar como individuo al margen de los intereses de la comunidad, el deseo de gozar de los bienes inmediatos y un desinterés nihilista por el futuro que cebaba su ansiedad en el gozo del consumo y el placer inmediato. Sin embargo, parece ser que este reproche no se le puede hacer al ciudadano indignado, el nuevo héroe de nuestro maltrecho y decadente estado del bienestar.

Vale la pena detenerse en este punto y arrojar un poco de luz crítica sobre los fenómenos que se han desatado en nuestro país estos últimos meses. Muchos hemos visto al movimiento de los indignados como el auténtico agente del bienestar social, o, como dice Juan José Millás, el héroe colectivo de nuestro tiempo. Pero estas afirmaciones, hechas con el entusiasmo y el corazón, hay que hacerlas con cautela. Nada tan ambiguo y problemático como el movimiento 15m y sus impulsos originarios. El movimiento de los indignados es un agente social importante, hoy en día, pero no lo es en tanto verdadero sujeto de una revolución genuina como en bisagra, bisagra contingente y oportuna de un estado de cosas cambiante y en plena evolución- o involución- y que representa la cara más amarga-pero más real- del capitalismo salvaje.

El capitalismo suele ser el mejor vendedor de sueños. Nada iguala su potencia sugestiva y su capacidad de generar placer. En medio de su mejor fachada, el ciudadano se cobija en su autotelismo y rechazo a lo público tanto como ama el placer privado que le otorgan sus hijos y familia. Es solo en los momentos de evolución crítica, esos momentos absolutamente lógicos y necesarios, que el capitalismo recrudece su lógica y castiga a aquellos a quien dice proteger, que el ciudadano egoísta y cerrado en sí mismo ebulle en un acceso de furia y se manifiesta en la plaza de su pueblo. Este acto no es de por sí condenable. Pero exige una actitud crítica, y, en todo caso, cualquier cosa menos un aplauso incondicional. Veamos por qué.

La actitud antipolítica no es en realidad algo moralmente rechazable. Muchos siglos de tradición, desde el cristianismo hasta San Agustín pasando por Kierkegaard o Nietzsche hasta nuestro tiempo, nos hablan de un rechazo del mundo a causa de su maldad que está bien legitimado desde el punto de vista filosófico. Nada más extraño en nuestro tiempo que una actitud pública en medio de un mundo absolutamente extraído de cualquier control público y social. Hasta aquí, la actitud política y colectiva del 15m tiene su razón de ser, aún o precisamente cuando su razón se halle en el seno de un capitalismo muy desarrollado que hace tiempo ha extirpado de sí cualquier tipo de conciencia o identidad social.

Mas el problema se complica cuando el movimiento hace de toda política social el espacio de su monopolio. Y digo esto porque desde que el movimiento se asigna a sí mismo la prerrogativa de toda esencialidad política- o prepolítica-, en la medida en que sus tesis fundamentales relegan a cierta contaminación política cualquier afiliación o militancia ideológica, ejercen una especie de derecho moral implícito sobre las demás manifestaciones que no es solo ilegítimo, sino que es de hecho injusto. Esto se explica por una sola razón: porque el movimiento 15m es un movimiento bisagra, que se encuentra en medio de una conciencia parcialmente emergente sobre los males del capitalismo desde la clase más favorecida de este último, y las grandes reivindicaciones de las clases más afectadas desde el punto de vista histórico y desde la militancia propiamente política.

Por decirlo de otro modo: ya basta con la ingenuidad de que el movimiento 15m es asindical, apolítico, a-todo. Tomar en serio esta tesis solo puede significar aceptar la hipocresía o la ingenuidad. Hipocresía, quien sabiendo lo que implica toda posición política en ese mundo espantoso que es la lucha política entre agentes sociales diversos, o ingenuidad, si es que no se saben todavía las reglas del juego. Porque la política es interés; porque no existe ningún agente que capitalice o monopolice el derecho y la legitimidad del género humano, ni tampoco sus aspiraciones más justas. Y aún más, tampoco se puede monopolizar la causa justa despreciando la historicidad de las conquistas ejercidas por grupos ideológicamente orientados.

La ingenuidad establecida desde el principio por los parámetros del 15m solo puede tener la causa del movimiento de mediación que representa el propio 15m: entre la conciencia negativa- en el sentido de conciencia puramente subversiva- de los males del capitalismo avanzado, y la posible- o no-conexión con movimientos de izquierdas tradicionalmente legitimados.

Es precisamente esta mediación, este movimiento que surge desde el malestar ocasionado en el mismo seno de los hijos del capitalismo, que hace pensar a estos hijos en un sistema más justo. Nada más legítimo. Pero hasta que estos hijos no sean también conscientes de que el discurso que ha hecho posible una izquierda vista cada vez más como algo arcaico, ineficiente e ilegítimo, hasta que el movimiento no se transforme en tesis para dejar de ser simplemente pura subversión, no habrá un verdadero cambio y una verdadera revolución. La negación consciente que hacen los indignados de las posiciones sólidas de izquierda, no se puede consentir, sea producto de la ignorancia o de la hipocresía. Y no solo eso. El movimiento mismo tiene que respaldarlas y saberse consciente de qué es, lo que implica tomar conciencia de su posición política determinada. Lo que significa tanto como renunciar de una vez a su eslógan aparentemente indeterminado, pero que recoge el verdadero discurso de la clase política capitalista. Sería su paso definitivo para lograr la auténtica legitimación.