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martes, julio 26, 2011

15M: La ruptura de la inclusión.

Nuestro tiempo actual es el tiempo del escrúpulo. La postmodernidad nos ha educado en la auténtica posibilidad de convertir los problemas históricamente insolubles en estrategias no dualistas, rizomas alternativos o espacios indeterminados. Todo esto está muy bien, pero cuando aplicamos esta lógica a la complejidad del tejido social los antiguos dilemas parecen manifestarse de forma más dualística que nunca, haciéndonos recordar que nuestra pretendida superación de la metafísica está hoy por hoy lejos de cumplirse.

Con ello viene asociado un escrúpulo. Este escrúpulo está, a su vez, deducido de la renuncia a la creencia en la verdad, en la asunción de un relativismo más que difundido, en el que toda creencia estable se disuelve en el horizonte indeterminado de la posibilidad. El escrúpulo relativista asociado a la creencia de que toda aplicación histórica de determinadas ideologías es intrínseca a estas mismas, nos ha alejado de cualquier cosmovisión coherente que pueda dar una forma determinada a la manera en que comprendemos el mundo. Esto es positivo, en la medida en que nos ha alejado de los totalitarismos ideológicos, pero es ingenuo, en la misma medida en que suaviza las tensiones insolubles propias de los conflictos reales que genera la sociedad humana. Y es negativo, en último lugar, cuando crea un escrúpulo hacia toda convicción determinada.

Seamos, pues, relativistas con el relativismo. No todo es malo en él, aunque por cierto una de sus últimas consecuencias negativas nos va a costar un ojo de la cara. El escrúpulo hacia posiciones políticas determinadas, derivadas de un rechazo hacia la ideología, por una parte, y una utilización y perversión histórica de la misma, por otra, son la causa de que hoy queramos disolver todas las etiquetas políticas y creernos que es posible la ingenua figura del ciudadano imparcial, tolerante y dispuesto a crear, con el resto de todos los demás, su ciudad utópica y pacífica ideal.

Lo último es la más cara ingenuidad y aporía que atraviesa de lado a lado el movimiento de los indignados. La autocreencia que este movimiento ha querido inyectar en sí mismo como movimiento inclusivo y abierto es una autocreencia dudosa, y ahora más que nunca. El pacto del euro y la crisis financiera han ido derivando al movimiento hacia posiciones cada vez más críticas con el capital. Si esto es así, como todo lo parece indicar, tenemos un problema. Si el problema es el capitalismo, adiós a la inclusión y la tolerancia. Porque- y bienvenidos con ello a la realidad de la constitución del sistema social del capitalismo- la fórmula social del capitalismo es la ecuación que asigna libertad a cambio de desigualdad. Si esto es verdad, la desigualdad social destruirá una de las premisas del movimiento. Y en efecto, eso es lo que supone la tendencia actual de los mercados y la aplicación de las políticas económicas de los gobiernos de Europa. Si se cae la clase media- y parece que el movimiento de los indignados pugna como loco por revertir este proceso- la desigualdad creciente agudizará los conflictos de clase. Y con ellos la inclusión de todos los ciudadanos se convertirá en la mayor utopía imaginable.

Pero es más, el movimiento descubre poco a poco que esa desigualdad no es futura. Está ya aquí. Oh, la caja de Pandora se ha abierto. Cada vez estamos más cerca de esa descripción social terrorífica y dogmática de Marx según la cual el Estado de Derecho es el Estado de la clase burguesa. El movimiento se va dando cuenta poco a poco de estas cosas. La famosa clase media es una ideologización que oculta las situaciones de penuria de numerosos hipotecados que viven ya al borde de la exclusión social. En consecuencia, el movimiento se aleja de convertirse en la voz de un pueblo entero, para convertirse en la voz de un pueblo consciente que cada vez se da cuenta de que será, en el futuro, una utopía pretender la absoluta armonía social y ciudadana en medio de un tejido social dispar y cada vez más injusto.

Con ello, también se desploma la ideología de la clase media oscurecida por la ideología superior del capitalismo, que es sin duda el postmodernismo. La indeterminación no es tal cuando ya podemos ver con nuestros propios ojos la injusticia del sistema. En medio de este horizonte, la única posibilidad que sea a la vez la tumba del sistema y la justificación de la a-ideologización del movimiento de los indignados será la de un dualismo cada vez más subrayado, entre los dominados y los que poseen el capital, entre los asalariados y los patrones. Pero tampoco esto eliminará la aporía. Al contrario, se constituirá en otro nivel, un nivel ciertamente global, y ciertamente anticapitalista: la lucha de la clase desposeedora contra la clase poseedora. Solo que será tal la cantidad de personas que integren la clase desposeedora, que su número se identificará entonces con el conjunto del pueblo. Sería el fin del capitalismo, la revolución sangrienta. Pero estamos aún lejos de este horizonte, aunque todo ahora apunta hacia él. El escrúpulo político ha permitido a la clase poseedora beneficiarse de las catástrofes históricas que ha perpetrado una ideología mal comprendida y horriblemente aplicada. Este escrúpulo nos dice que es vergonzoso ser de izquierdas- tanto, ciertamente, como ser de derechas-. El movimiento de los indignados ha recogido esta sensibilidad y se pretende neutro a estas diferencias. Pero si es verdad que una de las razones de este movimiento la ha constituido la alarma ante el creciente poder del capital y la agudización de las injusticias sociales, entonces el mismo movimiento está abocado, poco a poco, a destruir esa neutralidad.

Lógicamente. ¿Cómo podré incluir en mi grupo de trabajo a aquel que está a favor de la usura que subyace bajo la libre competencia del sistema capitalista, a favor del sistema de precios y del cálculo económico? El capitalismo ha utilizado la dosis crítica y filosófica del postmodernismo y las maldades de la política comunista aplicada para demonizar todo conato de perspectiva ideológica firme, como si la política del capitalismo de mercado fuera neutral y el sistema de precios tan natural como el crecimiento de las alcachofas. Y es aquí cuando los grandes revolucionarios, con décadas de militancia, se desesperan con los indignados. Es aquí cuando el socialista revolucionario coge su megáfono y sus bártulos y dice: me marcho. Pero que tenga paciencia. Si las cosas van a peor, al pueblo no le quedará remedio: o será de izquierdas o no será.

sábado, julio 16, 2011

Políticos y 15M, o sobre la utopía y la ingenuidad.

La indignación va unida a la ingenuidad. O eso nos han dicho. El movimiento 15M es un movimiento con buenas intenciones, qué duda cabe, pero está lleno de utopías buenrollistas y creencias irreales, como la creencia en la bondad del género humano. Frente a ellos, nuestros políticos son los verdaderos agentes de políticas realistas, quizá no tan benignas como querríamos, pero sin duda fieles a la realidad. Este discurso es de buena gana aceptado por los sujetos principalmente atacados por el movimiento: los políticos.

Pero las cosas no son tan fáciles. Un análisis exhaustivo del movimiento nos lleva a derribar esa tesis tan querida por el ministro Bono según la cual el movimiento 15 m se reduce a un anarcopacifismo irreconciliable con la aplicación de políticas concretas en el marco de la política real. Las divergencias, seccionamientos y matices del movimiento hacen que esta forma de concebir la política del mismo sea la verdadera forma utópica e irreal. En este sentido, muchos de los analistas externos y políticos de tres al cuarto son los que verdaderamente están muy lejos de comprender lo que aquí ebulle, siendo ellos por tanto los que viven en un mundo irreal.

El conocimiento público de ciertos salarios entre nuestros dirigentes y su forma abstracta y teórica de comprender lo que por otra parte son necesidades básicas del tejido social y ciudadano, entre otras muchas cosas, demuestran esta ineficacia para vivir en el mundo real. El mundo real, que cada vez se aleja más de la clase social privilegiada constituida por nuestros políticos actuales, está más allá de su propia comprensión. Cada vez es más patente que la clase política se encuentra desarraigada del tejido social de la vida productiva, absorta en funciones abstractas y ocupando bastidores de control social más allá de la existencia inmediata. Pero volvamos al movimiento.

Un movimiento difícil de comprender. Unidos de forma relativa por sus objetivos comunes, pequeños y medianos empresarios, trabajadores de todos los sectores, amas de casa, estudiantes, profesores, albañiles, feministas, anarquistas y pequeños comerciantes establecen poco a poco lazos de comunicación y de existencia que habían quedado abortados bajo la férrea administración y organización de la vida por parte del régimen capitalista. Una identidad difícil y movediza, que sin embargo logra monopolizar pequeñas barricadas desde donde lanzar su mensaje crítico y renovador. Un movimiento heterogéneo, conflictivo y paradójico no en pocos puntos, que se alimenta de su heterogeneidad precisamente para no constituirse como grupo representativo de un pueblo que no hace falta representar. Porque el verdadero pueblo está en la calle. Y es que el pueblo no es el pueblo en su totalidad, sino el pueblo consciente, aquel pueblo que constata de forma activa su posición real en el centro de la sociedad.

¿Podemos imaginarnos algo menos utópico y más realista que esto? De hecho, tal realismo es una de las debilidades prácticas del movimiento. Su incapacidad para tolerar cualquier tipo de representación les obliga a reducir sus iniciativas a los iniciales dilemas del movimiento. Su incapacidad para tolerar la corrupción política les obliga a organizar sus vidas de forma paralela al gobierno de las instituciones públicas. Su deseo de acometer un proyecto real de democracia participativa les obliga a proyectarse en el espacio público de forma muy lenta, con grandes dificultades y con no pocas penalidades. Todo ello bajo la base de una fuerte conciencia sobre qué es lo que se quiere y qué es lo que no se quiere. En pocas palabras, y como ya hemos observado antes, los vicios del movimiento representan su virtud: la virtud de no querer engañarse en ningún momento. Nada menos utópico.

Pero es que además lo propiamente utópico es lo único que establece la auténtica regimentación bajo la cual son posibles aquellos cambios que en la boca de nuestros políticos se convierten en pura demagogia. Invirtiendo el argumento, es aquí, en la esfera seccionada y alienada del mundo político, donde la franca incapacidad de asumir la realidad por parte del sujeto político se conforma en patología institucionalizada y legalizada. Es entonces cuando Rubalcaba se siente vocero de las necesidades del pueblo, luchando de forma fantasmal contra el ente económico divinizado por el capitalismo, cuando agentes políticos de la más dudosa factura enarbolan sus propuestas como si se las creyesen, y cuando, en fin, se conforma e institucionaliza la esquizofrenia política.

Un último ejemplo: la portavoz del PSOE haciéndose eco de que lo que demandan los ciudadanos es un mayor acercamiento hacia ellos por parte de la clase política. He aquí el mejor ejemplo de irrealidad y esquizofrenia. No, no se ha enterado, y no lo hará nunca. No queremos un mayor acercamiento por parte de la clase política. Queremos su disolución.

miércoles, julio 13, 2011

Codex (Tantalus 1/2, fragmento),


[-718, 718]

Aquí en el lugar donde no hay tiempo ni historia ni continuidad ni padecer. Únicamente una estela muda, procesión de piedras.

[-719, 719]

La locura solo excede en una pizca la verdadera contemplación de la verdad.

[-720, 720]

Ahora que comprendemos que nunca entenderemos; y que lo que entendimos permanecerá siempre separado de lo incomprensible. Y si existe esta separación, entonces lo que comprendimos quizás nunca llegamos a comprenderlo.

[-721, 721]

Las verdaderas decisiones de nuestro pensamiento no las toma nuestro propio pensamiento.

[-722, 722]

Lo que crees que está al final ya lo tienes al principio. Y porque lo tuviste al principio, ya nunca lo tendrás.

[-723, 723]

El hombre desgarrado de la masa no es un hombre verdadero, sino la encarnación de la masa en una concentración determinada de materia.

[-724, 724]

No durmáis nunca. Al día siguiente, lo habréis perdido todo.

[-725, 725]

Porque hemos fulminado al pedagogo no podemos creer en la única figura que puede dar forma a la masa.

[-726, 726]

El ascenso al peldaño que separa la genuina voluntad de la verdadera perversión no se ve nunca.

[-727, 727]

El único hijo verdadero es el pensamiento. Los otros, los de carne y hueso, solo son hijos en parte, porque también en parte son algo completamente ajeno a nosotros mismos.

[-728, 728]

Mejor regálale los catecismos al sordo, al niño o al impedido.

[-729, 729]

El dogma siempre es reducción; alimento digerido para aquellos que no pueden masticar.

[-730, 730]

Sobre las aristas donde el pensamiento se fecunda con su propia imperfección.

[-731, 731]

Quieres que cierre los ojos a lo que me convertiré en el futuro, al polvo y a la nada en que consisten mi destino. Dar a esta vida un valor absoluto. Pero si esta vida es perecedera, ¿Cómo podré hacerlo?

[-732, 732]

He sido llevado al pensamiento por aquellas cosas que el pensamiento no puede atrapar.

[-733, 733]

No hay ningún tribunal más allá de esta vida, y la muerte no es juez de nada ni de nadie.

[-734, 734]

Todo lo que es legítimo y causa de esperanza aquí se revela como vano y desesperante un poco más allá.

[-735, 735]

¡Pero tienes que luchar, y precisamente por eso! Porque en eso consiste tu naturaleza.

[-736, 736]

Hay una naturaleza humana, porque no toda naturaleza tiene que ser fija.

[-737, 737]

Todo tiene sentido aquí, y sería una locura tener en cuenta que también existe un allí.

[-738, 738]

¿Cómo cerrar los ojos de aquel que los ha abierto? No puedes. Tendrías que quitárselos.

[-739, 739]

Quien ve el aquí es feliz. Quien ve el allí es infeliz. Pero solo ve aquel que ve el aquí y el allí.

[-740, 740]

Da igual si te mueres. De acuerdo. Pero entonces no me obligues a que me crea de veras todo lo que hago.

[-741, 741]

No se puede apagar nunca del todo el fuego de la vanidad, porque este vuelve a crecer apenas con un soplo.

[-742, 742]

No debes preguntarte por el sentido de todas tus acciones, sino por el sentido de cada una de ellas.

[-743, 743]

Sabiduría práctica para un destino nada práctico.

[-744, 744]

Día tras día, atravesando todos los tribunales, cargando contigo todas las sentencias. Y aún sabiendo que no existe juicio alguno, y que los jueces hace tiempo se han marchado.


martes, julio 12, 2011

Los fantasmas utópicos del 15-M.

Un fantasma recorre el 15-m, y no es el comunismo. Su fantasma es al mismo tiempo su virtud: ello es lo que le hace valioso y triste, necesario e imposible. Porque cabría ir tomando nota de que cada día que pasa, lo imprescindible, lo innegociable, lo inviolable irá convirtiéndose cada vez más en utópico, irreal, inexistente. Se trata también de la creciente expansión del poder en sí mismo: el pequeño propietario liberal del siglo XVIII se transforma poco a poco en una impecable máquina de matar bajo el manto de la democracia, en una aberrante administración asesina que cubre sus delitos bajo la máscara del bien de todos.

Puede parecer un escenario poco gratificante, y cuando pensamos que debido al peso lógico de las cosas, finalmente el pueblo cobrará conciencia de sí mismo y tomará las armas, no nos referimos a un asalto real a la Bastilla del capital internacional. Preferimos imaginarnos, en este caso, grandes masas despojadas y expropiadas de sus derechos vitales, sucedáneos de hombres arrojados a la locura violenta ante la imperiosidad del frío y del hambre. Ante ellos, espectral, gris e inhumana, una enorme muralla que los separa del mundo donde los Grandes Padres del Capital engordan sus cuerpos y se dan a todo tipo de vicios, delitos y locuras.

Pero volvamos al presente. Nuestra experiencia como integrantes y participantes de lo que podríamos llamar la última asamblea humana y política a la vez, comprobamos nuestra impotencia ante el desaire con que el Poder nos trata. Sí, se hacen eco de nuestras propuestas, miran, casi con telescopio, una amenaza casi intangible que desde lejos les apunta. Pero las propuestas verdaderas no pueden tener aquí correspondencia ninguna en un imposible programa político; lo que desde el corazón del movimiento emerge no se limita a la pequeña reforma de una administración pública infecta, no se conforma con una reforma del sistema de partidos. Va mucho más allá, es la vena utópica, necesaria e imposible del movimiento: el ala radical apunta a una destrucción del sistema económico actual, es decir, al núcleo esencial del sistema tal y como lo conocemos, a la raíz de donde surge toda la infección planetaria y al laboratorio de donde emergió el virus que amenaza destruir la humanidad.

Ni que decir tiene que tal reforma involucra la disolución e inversión de todas las demás esferas: social, personal, política, moral. Es por ello que todas las reformas que nos puedan proponer los partidos políticos actuales están muy lejos de satisfacer el ala más radical de la Indignación, y también el más coherente. Pero también el más imposible, y ello porque choca contra el Padre, contra el Intocable, contra el Absoluto: el Poder. Este ala es, pues, la más utópica y la más realista. La más utópica, porque choca contra estructuras intocables, cuasi absolutas: el ciudadano aplastado por una muralla infinita de procedimientos burocráticos y construcciones impersonales, tal y como le sucede al protagonista en El Castillo, de Kafka. Pero la más realista, porque sabe que sin ese cambio radical todo parche será peor que la enfermedad, porque la violencia que ahora se conserva explotará en su momento con toda su crueldad.

Parches, parches, parches. No otra cosa nos proponen esos políticos, infectos como el propio sistema, cada vez que dicen escucharnos. No, no pueden escuchar nada, sus oídos están obturados. El poder les ciega, el sistema les ata de manos. Son su Scila y su Caribdis. Allí donde quieren hacer algo, no pueden hacerlo. Allí donde pueden cometer un abuso, se les anima a ello. Tal es la lógica infernal de este manicomio que hemos construido, guiados por los consejos sabios de las agencias de calificación. Moodys el Behemoth del caos financiero global ha diseñado todo el proceso para cubrirse las espaldas: sí, sabe que surgirán elementos agresivos, pero para ello ya ha puesto su muralla personal: la colaboración del poder político con el poder financiero, mediando el poderío militar. Esta Santísima Trinidad, cuya síntesis hace posible la emergencia del Poder Absoluto- en la medida en que este poder sintetiza todos los poderes, colaborando en el diseño de un poder Único y Global- cada vez distingue menos sus miembros entre sí: en efecto, poder político y poder económico forman ya el mismo rostro al que dan vida, ese rostro de un Leviatán sumado al Behemoth del Caos, dando lugar a la verdadera e infernal construcción de Poder más grande que la humanidad haya imaginado jamás.

Hay un pasaje curioso del Apocalipsis que cabría recordar aquí. En un momento de inspiración, San Juan de Patmos dice: “Afuera están los perros”. ¡Qué curioso! ¿A quién se referiría? Quizás sean los perroflautas que han venido al único lugar aún no colonizado: la conciencia personal. Y es que afuera estamos los perros, y los ciudadanos. Al otro lado de la muralla. Afilando nuestras piedras, que chocarán inevitablemente contra el muro levantado por el Poder. Qué razón tenían los utópicos. Eran demasiado soñadores como para no darse cuenta de qué significaba la verdadera realidad. En ese tiempo el concepto de lo político solo será pensado por utópicos. Quizás incluso ahora ya haya comenzado a serlo.

martes, julio 05, 2011

Radicales, antisistema y ciudadanos: El cuestionamiento de la ideología.

Del movimiento de los indignados se ha dicho ya algo, si no es que bastante, y se seguirá diciendo. Todo ello a pesar de las dificultades del movimiento, que se ve obligado a transformar en respuesta y propuesta positiva todo aquel malestar negativo que aparentemente es consecuencia de una deficiencia por parte del Estado a la hora de vincular la esfera política a la esfera de intereses del ciudadano común. Poco ayudan por no decir nada aquellos instrumentos de formación de la opinión pública, como los medios de comunicación y los periódicos, nutridos de analistas asépticos cuando no de teóricos desligados de toda interacción con el hombre de la calle.

No digo nada nuevo si recuerdo que bajo la crítica de lo políticamente correcto a las respuestas contestatarias radicales y las facciones ideológicas no se encuentra el supuestamente neutral estado de Derecho, regido bajo el principio de la racionalización de las funciones públicas y la administración, y aparentemente ajeno a cualquier cosmovisión cargada de principios que vayan más allá de la distribución de los cargos y de la elaboración de leyes. En otras palabras, que bajo el supuesto estado de Derecho rige en realidad una ideología otra que no se presenta como tal, y que las mayor parte de las veces se encubre bajo un discurso de la secularización, del cual se ha eliminado teóricamente cualquier conato de ideología.

No se comprende de otra forma el rechazo general por parte de los formadores de opinión, tales como los analistas políticos, que recargan de epítetos como “radicales” o “violentos” a los que luchan de forma directa por sus derechos en un escenario de monopolio del poder enraizado en la administración estatal y la iniciativa privada de los bancos; no se comprende que bajo la secularización ideológica de la política se preserve como límite insuperable del discurso la apelación al imperio capitalista como única forma posible de organizar las fuerzas productivas de los estados; no se comprende, pues, que aquello que por principio debería estar a salvo de cualquier negocio ilegítimo- véase, el Estado mismo- colabore con las “ideologías de centro”- más propensas por ello a la prostitución con otras fuerzas de poder- que con la pureza de un ideario innegociable y que aporte no solo formas abstractas de organización y distribución del poder, sino un marco metafísico en el que todas las facetas del hombre puedan regularse con arreglo a un horizonte de expectativas pleno y no fragmentario.

Sé que con estas observaciones abro la puerta a todos los demonios que han sembrado de horror el siglo XX, y no solo el XX: desde Lenin hasta Hitler, pasando por el Ser Supremo de Robespierre, la ideología ha cavado su propia tumba y ha obligado a sus opositores a evocar, como defensa ante el totalitarismo, el espíritu de la burocracia administrativa del estado hegeliano. Con ello, se ha cerrado también el paso de un acceso directo al control del estado por parte del ciudadano: paradoja si se tiene en cuenta que el estado liberal está fundado desde la teoría en la primacía del pueblo como fuente primera del poder político. Pero si uno se acerca a los debates del movimiento de los indignados, encontrará también esta demanda pública, la cara más problemática, quizás, del movimiento, pero no por ello la menos urgente : me refiero a la necesidad de desfragmentar una vida regimentada y administrada por un Estado impersonal que no es capaz de inyectar un sentido a la vida de sus ciudadanos más allá de la necesidad básica de ir al trabajo y cobrar el sueldo a fin de mes. Las numerosas y contradictorias voces surgidas de este movimiento piden también una reforma que vaya más allá de lo meramente legislativo, que convoca a las fuerzas estatales a cumplir una función de integración de la vida social que se ha perdido en el transcurso de los siglos. Todo ello ha dado lugar a iniciativas chocantes, como esas iniciativas ciudadanas que comienzan a elaborar sus propios proyectos de ley y de organización de los recursos al margen de aquella condición que las haría significativas y reales: el poder.

Pero volvamos a los medios de comunicación: la campaña de propaganda que ellos secundan, casi sin excepciones, viene avalada por esa ideología subterránea que comienza con el principio de neutralización de Carl Schmitt y termina con la expresión indirecta de una ideología laica e impersonal cuya mejor manifestación podemos encontrar en el merchandising de empresas como Coca-cola o el Corte Inglés. Esta ideología subyacente pero más potente a la vez que cualquier ideología al uso convierte a los seres humanos en meros trámites de un proceso mercantil internacional que no respeta políticas, derechos ni fronteras. Esta ideología se ocupa también de transformar en “radical”, “antisistema” y “violento” a todo aquel que o bien propone un sistema de valores y conceptos centrado en la crítica a la desregulación del mercado internacional o al modelo de valores que propone este mismo sistema capitalista, o bien a todo aquel que lucha activamente contra un sistema que ha desactivado toda crítica legítima a su acción omnipotente.

Conectados con esta ideología, de la cual cabría hablar mucho, pero que se presenta como neutralidad pura y objetividad incuestionable, se encuentran los medios de comunicación, los analistas políticos, los periódicos. La utopía, que fue antaño idea rectora de toda teoría política, se arroja al basurero de lo infructuoso y marginal. Los grandes pensamientos políticos de nuestra tradición occidental se convierten en alegato del paria e insulto del descerebrado antisistema. Tanto es así que incluso dentro del movimiento de los indignados, se ha desterrado cualquier apología ideológica. Mas esto no representa solo un índice de la capacidad del capitalismo por desactivar cualquier crítica objetiva a su sistema, sino que propone un proyecto cuanto menos imposible. Porque la medida de esa supuesta objetividad anti ideológica que canalizaría la mayor parte de la indignación ciudadana se encuentra en el mismo modelo presuntamente no ideológico de anarquía de mercado que ha elaborado insidiosamente el capital internacional. Amén de la imposibilidad de estructurar un discurso coherente y omnicomprehensivo que sin embargo exige esta indignación fragmentaria y opuesta a ser convertida en pura mercancía.

No, no se puede postular críticamente el capitalismo sin convertirse automáticamente en un radical: Y es que un radical no puede negociar lo innegociable. Un radical es por ello mismo peligroso, porque pone en jaque el principio de organización de nuestro mundo contemporáneo. Lo opuesto es también cierto: El Papa como sujeto mezquino y representante del género porcino en Lutero tiene su paralelo, a día de hoy, en la puta de la democracia representativa a los pies del capital multinacional.