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martes, enero 22, 2008

Extracto del Libro del Insomnio (XII)


525. Identificarse con la propia época supone un riesgo no poco terrible para el filósofo; sobretodo si la época es indigente, miserable. Pues toda aproximación a lo venenoso ha de producir su reacción alérgica, y más si se da el caso de que el virus es potente, como de hecho es el de nuestro tiempo. Su única salvación consistirá por tanto en evadir la época, en menospreciar lo que sucede, en hablar una lengua más universal que la que prevalece ineptamente en la superficie del presente.

526. El malestar que nos produce nuestra época no puede desligarse de nuestro apego a ella; precisamente porque somos sus vecinos, porque de algún modo llevamos parte de su impureza en nuestra sangre, es por lo que nos sentimos afectados, contradichos. Aceptamos lo fragmentario porque es el único horizonte que sabemos recorrer, pero los defectos de esta fragmentariedad no se nos pasan por alto, y a menudo la lucha entre un impulso y otro no es sino la causa del destrozo final de nuestros nervios.

527. Predicamos la tensión entre lo absoluto y lo contingente, no la completa desaparición de lo primero en lo segundo.

528. Nuestra dificultad para pensar éticamente es el principio de ordenación de todas nuestras neurosis.

529. Allí donde el positivista ve hechos puros yo veo determinaciones humanas de la razón. La imposibilidad de pensar fuera de la razón es la causa de existencia de todo misticismo.

530. No es la elección de tu pensar la que determina que tu pensamiento no aprese la esencia de la vida, sino el solo hecho de que piensas.

531. La herencia del siglo de las Luces son nuestros estragos cerebrales, y la reacción contra esa herencia es la inyección letal que nos lleva al cementerio.
532. Se piensa mejor en estado de ebriedad porque el objeto de la filosofía es lo más lejano a la razón más sobria que podamos imaginar.

533. Como es bien sabido, Spinoza no era filósofo, sino relojero.

lunes, enero 14, 2008

Posibilidad de la poesía

Abocados al esteticismo a causa de la fragilidad de la razón, hoy en día el único cauce para representar la metafísica ha sido la poesía; pero su posibilidad ha sido desterrada nuevamente, esta vez a causa de lo que Schmitt llamaría “época de las neutralizaciones” y Weber “desencantamiento”. Pero con la teología y la filosofía han muerto en este tiempo también las secularizaciones del pensamiento. Tampoco la poesía es capaz hoy de resistir este duro embate.

O al menos es esto lo que le plantean los nuevos tiempos. Más en concreto, lo que se pone como reto a la poesía es que supere su ámbito de acción. La poesía sólo puede ejercer una vasta función sino se limita a la pura metafísica. El contenido filosófico o vital de la poesía es hoy en día tan breve, tan corto, que se podrían indicar sin dificultad sus límites y sus sentidos. Trazar el ámbito o el contenido de la poesía actual es sencillo, y lo primero que se debe hacer es captar con claridad este asunto para saber si la poesía es hoy capaz de proponer o de luchar contra el monstruo que la pone a prueba.

Aquí van unos trazos de cuales son esos ámbitos desarrollados por la poesía en general y por la poesía actual en particular, que incide de una forma tan grave sobre ellos que uno llega a plantearse si la poesía no será en realidad una renuncia más general al intento de comprensión de un tiempo que se le escapa. En efecto, es el ámbito de la metafísica en su forma mística lo que toda poesía tiende a repetir, incansablemente. Lo que se pone de relevancia de continuo es la incapacidad del lenguaje por apresar la realidad, la insatisfacción que provoca la falta de identidad o referencias, el continuo deambular por el mundo a través de sus márgenes, pero sobretodo un intento desesperado por alcanzar una “intuición intelectual”, en términos de Schelling.

En todo esto la poesía no tiene por qué engañarse, pero cabría plantearse, ¿es posible por tanto reducir la función de la poesía a un temario filosófico concreto, en este caso, el de la intuición intelectual, en la del intento de aprehensión de lo infinito mediante el rechazo explícito de la razón? ¿Debería o podría la poesía trascender esta limitación y proponer un auténtico transvase del pensamiento sin necesidad de limitarse a la experiencia mística?

En la poesía actual se repite continuamente un motivo, o a lo sumo dos; por un lado, la obediencia estúpida a la dictadura enmarañada del postmodernismo, la insistencia absurda en una especie de satisfacción ingrata en lo banal y en lo efímero, la apología de una finitud que la conciencia nunca puede soportar, y en general el cultivo de lo fragmentario y lo accesorio; por otro lado, la renuncia y el desasosiego, la desesperanza mediante el recurso último de lo místico y lo metafísico, entendido o bien como pérdida o bien como imposibilidad. Estos dos ámbitos son legítimos en la filosofía, pero es preciso comentar que ellos no la agotan. Queda mucha filosofía más allá de la metafísica y el misticismo, pero no es posible ensanchar el contenido actual de la poesía más allá de estas dos posiciones.

La idea de la fragilidad de la razón, que en un tiempo derivó en el esteticismo, se ha transformado ahora en la fragilidad propia del arte, en la misma desvalorización del arte. Se trata de la huida de lo serio de todos los campos de la expresión humana. Parecía que el fin de la razón pronosticaba de algún modo el fin del arte, entendido como sustituto. Lo espiritual, que prevalecía primero en la religión, luego en la filosofía y por último en el arte, acabó por desaparecer de toda esfera del pensamiento contemporáneo. Pero su herida, su hueco, su duelo permanecen en la forma de la poesía actual. Convertir ese duelo en la responsabilidad de recuperar las funciones antiguas donde se asentó una vez el espíritu, debería ser la tarea de la poesía contemporánea.

martes, enero 08, 2008

Diálogo en el manicomio (III)


-Estuve con él esta mañana, frente a la estatua. Largamente me quedé contemplando, ensimismado, su ruinoso pensamiento.

- Es sin duda un caso trágico, una desgracia. Él más que nadie ejemplifica la tragedia natural del mundo. Pero, anda, caminemos…conozco un lugar donde podemos charlar tranquilamente, a resguardo de los ojos de la policía.

- No deja de sentirse culpable por todo lo que ha hecho…los amigos, la familia, en realidad todo el mundo que lo trató en algún momento guarda un profundo rencor contra él…y él carga con esa culpa como un condenado, como un preso…en realidad, por eso se halla aquí con nosotros. Su corazón no es libre.

- La conciencia de la culpabilidad es la más macabra de las conciencias.

- En realidad, tiene motivos justificados para sentirse así. Sus crímenes son en verdad pavorosos, y no tenía otro destino que este lugar. Pero no menos pavorosa es su inclinación a pensar negativa y confusamente…¡No es posible razonar con él!

- Si, definitivamente es un hombre perdido… la última vez que lo vi me pareció algo así como un fantasma, hasta el punto de que a veces creo que ya pertenece a los muertos…

- ¡Es verdad! La misma sensación tengo yo; pero hay que decir, en su honor, que en este lugar existen hombres vivos más muertos que en el mundo normal, aunque algunos alcancemos una apacibilidad sólo propia de los poetas…el pensamiento es lo que daña al hombre, y nosotros hemos conseguido librarnos de él..¿qué más se puede pedir? Gozamos libremente de la vida, sin pensamientos restrictivos ni principios de no contradicción. Todo lo que se diga es exactamente idéntico a lo que se calle; no debemos justificarnos frente a nadie.

- Excepto frente al guarda del sanatorio. Últimamente me mira de un modo raro; él, claro, sabe que yo no tomo mis medicinas; como tú, gozo sobriamente de mis fantasmas…me hacen sentir especial, rompen la monotonía del individuo que se sabe una contingencia…y por fin, siento acariciar con mis dedos el absoluto que todos anhelamos.

- Olvida al guarda del sanatorio, que por cierto es un policía. Tiene más crímenes en la espalda que este pobre hombre del que hablamos.

- Escucho ya la llamada para comer. Ojalá no haya pescado; lo detesto. Luego saldré por la tarde a pasear, antes de que oscurezca. El invierno neutraliza la fuerza de mis músculos, y pierdo mi belleza.

- Está bien…¿mañana, a estas horas?

- Sí…daremos un paseo detrás de los manzanos, y te enseñaré el juego de cartas que he inventado. ¡Deséame buen provecho! Y…ah! Si vuelves a ver a Dios, dale recuerdos de mi parte
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